El amor no siempre empieza en uno mismo

¿Cuántas veces has escuchado “Si no te amas a ti mismo, cómo vas a amar a otra persona» o “Si no te amas a ti mismo, nadie te va a querer»? Me parecen falacias, son frases dañinas e irrealistas. Una de ellas, implica que quienes tienen heridas, traumas o baja autoestima —todos en algún momento hemos experimentado esto en mayor o menor medida — están incapacitados para amar, lo cual no solo es falso, sino también invalidante. La segunda frase, excluye a la persona de recibir amor, debido a esto es mucho más probable que sus relaciones tengan dinámicas tóxicas. Algunas personas no se aman porque no se sienten“bien amadas”. Lo escribo entre comillas porque hay quienes dicen amar, pero no saben hacerlo de una forma sana. Creen que el amor se demuestra con juicios o con exigencias disfrazadas de preocupación. Así, uno termina creyendo que eso es el amor y por lo tanto, que uno mismo no merece algo mejor. La realidad es que todos merecemos amor, independientemente de si somos capaces de darlo o recibirlo. Muchas personas, a pesar de sus inseguridades, aman y son amadas.
He visto—y he vivido—como el amor de otro es lo que permite a una persona empezar a construir una relación más sana consigo misma. El amor no tiene que empezar desde uno mismo; puede ser un camino de ida y vuelta. Y no hablo solo del amor romántico. Un amigo que cree en ti, un jefe que te valora, una compañera que te escucha sin juicios… todos pueden ser reflejos que te devuelven una imagen más compasiva de ti y que abren el camino al amor propio.
Pero el amor propio es como una montaña rusa, está en constante movimiento, llena de subidas y de bajadas. Amarse a uno mismo es un ejercicio diario, unos días te amas más, otros menos y algunos nada… Por eso, mirar a través de los ojos de las personas que te aman te ayuda a verte con mejor luz. Como cuando solo ves tus defectos y esa persona ve tus virtudes, cuando solo ves tus fallos y destacan tus aprendizajes y logros, cuando te juzgas duramente y te hablan con cariño y respeto o cuando lloras y te abrazan. No se trata de depender del otro, sino de permitirnos descubrir otra forma de vernos.
Todos queremos sentirnos acompañados, escuchados, comprendidos, protegidos… Eso es lo que el ser humano más desea: sentirse amado. Es nuestro propósito más profundo, el camino que —aunque no siempre lo digamos en voz alta porque parece que suena muy cursi— todos buscamos para sentirnos verdaderamente felices. En el amor hacia otro —o gracias al amor de otro— encontramos el valor para comenzar a amarnos un poco más. Nadie puede remar solo a contracorriente. Porque el amor, el de verdad, el que te hace sentir bien, también puede venir de quiénes te rodean.
